Villa Lugano· Argentina · La Puntocom de la Zona Sur.

Allí, donde hoy dormirás, pronto crecerán flores ¡y verás qué lindas serán!

Luni, pocos días después de ser rescatado

Hoy se fue mi gato «Luni». Hoy se fue un hijo. Hoy se fue un hermano. Tuve que llevarlo a dormir y así evitar que sufra más por su inesperada enfermedad neurológica, ya que tras dos meses de evolución iba de mal en peor. Y se fue con tan sólo cuatro añitos de vida. Verdaderamente perdí a un ser querido y tengo un hueco en el pecho.

Luni era un ángel. Un bebé angelito que rescaté de pequeñito, cuando emergió de entre medio del pastizal donde alguien lo había abandonado, recién destetado, inocente y maullador, todo vestido de gris. Hermoso como ninguno, llamó mi atención aquella jornada tórrida de diciembre de 2015, en pleno golpe de calor, mientras hacía mi caminata diaria junto al Autódromo, cerca del anochecer.

Mucha gente pasaba caminando, otros trotando, y nadie se detuvo a mirarlo. Pero a mí me sucede que cuando camino ando despierto y siento las cosas a mi alrededor, y no las ignoro. Y aquel día, me detuve al escuchar unos insistentes maulliditos que venían de la semipenumbra. Retrocedí sobre mis pasos y aquel hermoso bichito gris tomó confianza y se acercó a mí, junto a la alambrada perimetral. Estaba oscuro más allá de medio metro y yo apenas podía verlo gracias a las luces de la avenida.

Sentí que me reconoció como quien ve un rostro familiar, o como quien siente la cercanía de un amigo o de un hermano. Porque si algo sé que es verdadero, es que todos los seres vivos de este planeta somos hermanos, ya que todos somos hijos de la misma Tierra. Y así fue que lo recogí y lo acurruqué en mi pecho, para caminar con él pegado a mi garganta unas diez cuadras hasta mi casa, en medio del ruidoso tráfico y de la gente que, indiferente, nos cruzaba.

Lo mimé, lo cuidé, lo alimenté, lo vacuné y lo castré, cada cosa en su tiempo justo, tal como debe hacer un dueño responsable. Y convivió y jugó con mis otros gatos, conmigo y con mi familia. Era un dulce, gran cazador de lagartijas y amigote de Casper, uno de mis gatos, a quien acicalaba con eternos lengüetazos y de quien esperaba lo mismo en retribución, antes de dormir juntos, en las noches frías de invierno.

Hoy te digo hasta pronto, Luni, amado hijito mío, amado hermano mío. Te devuelvo al seno de la Madre Tierra, donde todos, algún día, deberemos devolver este cuerpo que nos fuera prestado para encarnar el sueño de ser quienes somos en esta vida. Doy gracias a Gaia -la conciencia viva de nuestro planeta- por haberse compartido conmigo en la vida de Luni, pues eso es lo que siento, que los animales que nos acompañan y nos dan ternura, y nos permiten expresarnos con amor y compasión hacia ellos, nos están apoyando y acompañando en nuestra evolución espiritual.

Allí, Luni, donde hoy dormirás, pronto crecerán flores, ¡y verás qué lindas serán! ¡Miaaauuu!.

Hernando